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“No tenemos dinero, ¿qué es lo mínimo que podemos hacer?”: así es Casa Lurra, el refugio sin wifi entre olivos

En una zona algo aislada cerca de Tarragona, los arquitectos de TEST han construido un refugio austero pero paradisíaco a su manera

Casa Lurra

Lurra en euskera es tierra y hodei, nube. Está claro que la naturaleza es su principal fuente de inspiración, en todos los sentidos, y que tienen familia vasca. Araí Zanguitu y Mikel Muñoz de Hodei Studio –nombre bajo el que crean infusiones, manteles, cerámica o lámparas– buscaban un campo de olivos para instalar su base creativa. “Vimos muchas fincas, nos enamoramos de varias, casi compramos una, vino la pandemia, nos asustamos y después del susto llegó la calma y la certeza de que esto era lo que realmente queríamos en la vida”, recuerda Araí. Retomaron la aventura y un día de 2020, tapada por un gran algarrobo, encontraron esta joya escondida, una pequeña construcción de piedra típica del patrimonio arquitectónico rural de la zona, el Baix Ebre, que tradicionalmente se usaba para guardar herramientas o para el ocio familiar.

El lugar es bello y recóndito. Los olivos, uniformes en altura, se extienden en una sucesión monótona y repetitiva sobre un territorio plano que delata la cercanía del mar. “La ausencia de relieves y de un horizonte definido contribuye a una atmósfera íntima que invita a la introspección. Esta sensación de aislamiento se intensifica por la falta de conexiones con redes de infraestructuras o servicios, lo que genera una percepción de desconexión tanto física como simbólica. Todo esto se vuelve especialmente palpable al caer la noche, cuando la oscuridad acentúa aún más el recogimiento del entorno”, cuentan Julia Tarnawski, Albert Guerra y Adrián Jurado, los arquitectos de TEST, desde Barcelona.

El baño está enterrado para conseguir la imagen exterior de refugio.

Para ellos ha sido su primer proyecto como estudio. Les pidieron recuperar la construcción original, que estaba en ruinas. “Con Mikel pasábamos horas inventando opciones y distribuciones posibles, hasta que una noche, cenando en casa de Julia y Albert, les contamos entusiasmados la idea. En una servilleta dibujaron cuatro líneas, no hizo falta nada más, amplificaban cada metro cuadrado como si fuera magia, dando forma a algo que queríamos y nunca hubiéramos encontrado solos. Así empezó todo. Somos buenos amigos y nos fascina su forma de pensar la arquitectura, de conceptualizar, de trabajar los espacios, tiene algo extremadamente genuino y honesto. Sabíamos que iban a ser capaces de dar forma a la vivienda como si fuera una extensión de Hodei Studio y de nosotros mismos”, prosigue la dueña. El primer año, sin apenas recursos económicos, comenzaron el derribo entre amigos. “Nuestro briefing fue más bien: ‘No tenemos dinero, ¿qué es lo mínimo que podemos hacer?”, ríe. Lo mínimo define también otros aspectos de Casa Lurra: su casi inexistente decoración, su concepto general y su tamaño.

Dentro del refugio no hay wifi, ni calefacción.

El espacio, de aproximadamente 50 metros cuadrados y a doble altura, se distribuye en dos dormitorios (el antiguo gallinero) y una zona común. Es una casita esencial y autosuficiente, funciona con es solares y cisterna de agua. Los usos se dividen mediante cortinas. No hay calefacción, aire acondicionado ni wifi. “La voluntad siempre fue mimetizarse con el paisaje y adoptar sus colores y texturas”, aseguran los arquitectos, que han construido esta guarida de una pureza y sencillez que emocionan. Decidieron que el baño fuera subterráneo. “Una genialidad”, dice Araí. “Enterrar esa parte del programa –la cámara higiénica, fosa séptica, depósito de aguas pluviales y sala de máquinas– es lo que permite tener una sola imagen en el interior: el refugio”, continúa TEST.

El color tierra fue otro elemento clave. “Una de las cosas que teníamos muy claras desde el principio era que queríamos una estructura integrada. Este entorno es un privilegio. Está domesticado porque es un campo productivo, pero no queríamos sentir que dejábamos una huella negativa, queríamos aportar, y el camuflaje era un concepto que nos invitaba a configurar el volumen como algo casi escultórico. Decidimos extraer el color de la tierra que estaba alrededor de la casa. Luego de hacer muchas mezclas encontramos el que queríamos, buscamos un proveedor en el sur de España que trabaja con pigmentos naturales, escogimos el más parecido al nuestro y ahí comenzaron las pruebas y los juegos. Fue un proceso muy divertido, bonito y agotador, porque conseguir hacer una mezcla que funcionara y que siempre quedara del mismo tono fue difícil, y pintar con ella aún más”.

Casa Lurra tiene doble altura y dos habitaciones.

Por dentro, muebles de obra y elementos ultrafuncionales, piezas propias y de amigos que se funden con la materialidad, el silencio, el viento, la crudeza del campo, el olor del romero… Los propietarios están tan enamorados que han dejado Barcelona y ahora viven en un pueblo a siete minutos de Casa Lurra, su pedacito de tierra, que también comparten con el mundo mediante residencias artísticas, eventos y retiros

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