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HISTORIA

El largo camino del Cid: de mercenario saqueador a mito franquista

La historiadora Nora Berend relata la construcción de la leyenda de Rodrigo Díaz de Vivar desde la Edad Media hasta el presente

Franco como El Cid en 'Alegoría de Franco y la Cruzada', pintura mural de Arturo Reque Meruvia-Kemer.
Guillermo Altares

En el siglo XI, La Rioja formaba parte de la amplia zona deshabitada de la Península que servía de frontera entre los reinos cristianos y musulmanes. Era un territorio con muy poca gente y muchos peligros. En 1092, un mercenario cristiano no dudó en arrasar aquellos parajes, pese a que pertenecían al rey Alfonso VI. “Cruelmente y sin misericordia incendió todas aquellas tierras arrasándolas por completo de la manera más dura e impía. Devastó y destruyó toda aquella región, llevando a cabo feroz e inhumano pillaje”, reza la crónica medieval Historia Roderici. Aquel guerrero implacable se llamaba Rodrigo Díaz de Vivar y ha pasado a la historia como el Cid. ¿Cómo es posible que un mercenario despiadado que vendía su espada sin importarle la religión de aquel a quién servía pasase a convertirse en un mito de la cristiandad y acabase reivindicado por el nacionalcatolicismo del franquismo?

La medievalista Nora Berend (Budapest, 59 años), profesora en el San Catharine College de Cambridge, ha dedicado un libro, El Cid. Vida y leyenda de un mercenario medieval (Crítica, traducción de Beatriz Ruiz Jara), a tratar de explicar el abismo que separa la Historia Roderici —primer relato medieval de las andanzas del Cid, del siglo XII— del famoso poema de Manuel Machado que generaciones de españoles aprendieron de memoria en la escuela —“Por la terrible estepa castellana / al destierro, con doce de los suyos / polvo, sudor y hierro / el Cid cabalga”— y del mito de la Cruzada nacional católica, pasando por el Poema del Mío Cid —un texto sobre el que apenas se tienen datos certeros con el que empieza la literatura castellana—, El Cid de Corneille, que revolucionó el teatro europeo en el siglo XVII, o por la película de 1961 de Anthony Mann con Charlton Heston y Sophia Loren.

La figura de Ramón Menéndez Pidal, el erudito español que se apoderó de la figura del Cid en el siglo XX (también se podría pensar que fue al revés y que el profesor fue poseído por los libros de caballerías), la reconstrucción aventurera de Arturo Pérez Reverte en Sidi o la foto José María Aznar disfrazado de El Cid, que tomó Luis Magán para una serie de El País Semanal en 1987, aparecen en el libro de Berend, que no solo describe la figura histórica —tema al que dedica el primer capítulo—; sino que, en realidad, relata el largo camino que va desde la historia a la leyenda.

“Como primer paso, fue fácil transformar la historia de Rodrigo en la de un supuesto líder de una guerra cristiana contra los musulmanes, una transformación que ya tuvo lugar en la época medieval”, explica Nora Berend por correo electrónico. “Los nacionalistas franquistas utilizaron entonces el pasado distorsionado de una ‘cruzada’ para liberar a España de los musulmanes, con el Cid como su primer líder. El liderazgo de Castilla en la Reconquista fue un elemento clave de la ideología franquista y el Cid fue visto como un patriota castellano. Esto sirvió como modelo para una ‘cruzada’ contra los republicanos (o lo que es lo mismo, transformó el pasado medieval en función del presente franquista). Esto formaba parte de la estrategia para legitimar el terror creando una supuesta continuidad. De este modo, la causa nacionalista se presentaba como una cruzada religiosa, pretendiendo continuar una ‘Reconquista’ medieval. Según esto, el supuesto pasado común de los españoles, a través del cual construían su identidad y la esencia misma de la nación española, era cristiano y nacionalista. El legado franquista sirve entonces de inspiración y modelo para la nueva derecha”.

Félix Rodríguez de la Fuente y Ramón Menéndez Pidal con Charlton Heston en el rodaje de 'El Cid'.

Lo sorprendente, como explica Berend en su libro, es que esta metamorfosis comenzó cuando el Cid todavía estaba vivo. “La familia de Rodrigo, sus descendientes y los monjes de San Pedro de Cardeña, entre otros, contribuyeron a la elaboración del mito que lo presenta como el salvador de los cristianos enviado por Dios en los siglos siguientes. Un guerrero sin igual, nunca vencido, de firme fe cristiana y fiel vasallo del rey era un buen modelo a propagar también desde el punto de vista de los reyes posteriores, por lo que su leyenda, en gran medida elaborada en el monasterio de San Pedro de Cardeña, se incorporó a las historias oficiales elaboradas en la corte de Alfonso X y Sancho IV. Los monjes crearon la imagen de un Rodrigo santo, aunque el intento de canonización de 1554 al final fracasó. En todos los casos, la leyenda de Rodrigo se transformó en función de las necesidades de los s de la historia. Estas leyendas pasaron a formar parte de textos literarios, como crónicas, romances, relatos caballerescos y obras de teatro, convirtiendo a Rodrigo en un héroe literario muy conocido en la Península Ibérica”.

Aunque el Poema del Mío Cid sigue siendo un profundo misterio, los hechos sobre la vida de Rodrigo Díaz de Vivar están bastante documentados. Fue un guerrero medieval, que nació en torno a la mitad del siglo XI, y murió en 1099 en Valencia, un territorio del que había tomado el control, y que heredó su esposa, Jimena. Estuvo al servicio de los reyes Sancho II y Alfonso VI, aunque fue desterrado y sirvió al Reino de Taifas de Zaragoza. Como escribe, Berend “no distinguía entre amigo y enemigo en función de su credo”. Pero poco a poco, la leyenda se fue espesando y muchas de sus hazañas más famosas —como que ganó una batalla después de muerto—, aunque sean falsas, se han convertido en reales.

Estatua del Cid en San Diego (California).

Resulta especialmente interesante el episodio de la Jura de Santa Gadea, un antecedente de la Magna Carta que los nobles ingleses arrancaron a Juan Sin Tierra en el siglo XIII y que se considera un precedente de los derechos democráticos contemporáneos. Según la leyenda, el Cid obligó en la Iglesia de Santa Gadea en Burgos al rey Alfonso VI a jurar que no había tenido nada que ver en la muerte de su hermano Sancho II para poder acceder a la corona. Esta jura, explica Berend, se consideró “un precedente de la democracia parlamentaria, emblema de la resistencia frente a la tiranía y símbolo de los controles legales sobre el poder monárquico”. Sin embargo, todo lo relacionado con esta historia es una invención. Lo chocante es que, si el mito llega a circular por otro camino, el Cid podría haberse convertido en un mito de la lucha por la democracia, no solo de un dictadura fascista y luego de la derecha ultramontana.

El interminable debate en torno a la autoría y la composición de El Poema del mío Cid refleja los muchos misterios que todavía rodean a esta figura de la que, parafraseando la famosa frase final de El hombre que mató a Liberty Valance, se imprimió la leyenda. “Se trata, evidentemente, de un texto muy importante para la historia literaria castellana. Su datación y autoría han sido muy controvertidas. Lo que está claro es que el monasterio de San Pedro de Cardeña, en Burgos, debió de influir en su composición, porque el texto presenta a Rodrigo como si en vida hubiera tenido importantes vínculos con el monasterio, cuando no solo no tenemos pruebas de ello, sino que incluso hay pruebas de lo contrario: su donación a San Sebastián de Silos, y la ausencia de rastro alguno de donación a San Pedro. También es evidente que el Cantar transformó significativamente al Rodrigo histórico en héroe cristiano, leal vasallo del rey y patriota castellano. En todos estos aspectos, el Cid del Cantar no es el Rodrigo de la historia”.

José María Aznar disfrazado como el Cid Campeador, en una imagen tomada para la serie Locas Pasiones' de 'El País Semanal' en 1987, cuando era presidente de Castilla y León.

El mito del Cid, como ocurre con muchos otros momentos de la Edad Media, ha cobrado un peso creciente en la actualidad, sobre todo para la ultraderecha. Explica Berend: “En muchos países europeos, la Edad Media se ha considerado tradicionalmente un periodo fundacional, durante el que nació el Estado. Esto en sí es una simplificación, pero hace que los acontecimientos medievales sean especialmente significativos, como si la identidad moderna dependiera de acontecimientos e ideales de muchos siglos atrás. A lo largo del tiempo, muchos grupos encontraron una afinidad con la Edad Media, atraídos por diferentes elementos, y no solo por razones políticas; por ejemplo, los Prerrafaelitas, el círculo de artistas ingleses del siglo XIX. Por supuesto, siempre se evoca una visión muy selectiva y distorsionada de la Edad Media. Creo que son los supuestos valores ‘nacionales cristianos’, la legitimación de la violencia contra los que no se conforman, la idea de que se puede crear una sociedad uniforme lo que atrae a la derecha”.

La relación entre los mitos nacionales y la Edad Media no es ni mucho menos exclusivo de España. Francia con Juana de Arco es uno de los muchos ejemplos que proliferan por Europa. En los Balcanes, un territorio donde el pasado forma parte del presente de una forma muy rotunda, es especialmente significativo. El mito nacional serbio es la batalla de Kosovo en la que, en 1389, las tropas cristianas fueron derrotadas por las otomanos y los serbios perdieron su libertad. Fue profusamente utilizado por el ultranacionalismo serbio en los años ochenta y noventa. Sin embargo, como explica Noel Malcolm en Kosovo. A short History, los documentos no dejan claro lo que pasó y existen muchas evidencias de que hubo musulmanes y cristianos en los dos bandos.

“También hay paralelismos con muchos otros lugares: por ejemplo, el mito húngaro de ser el baluarte de la cristiandad contrasta con los hechos históricos de varios líderes militares húngaros que se aliaron y lucharon junto a los otomanos contra los Habsburgo. Otros ejemplos son los mitos en torno a Juana de Arco en Francia, que ignoran el papel de los borgoñones y de sus propios compatriotas en su muerte para presentar la historia como una lucha contra los invasores; o también Alejandro Nevski, donde los mitos inflan y distorsionan su papel en la lucha contra los alemanes y eliminan el apoyo de los mongoles en su ascenso al poder. Fue la creación de relatos nacionales en siglos posteriores, con ‘enemigos’ y ‘héroes’ claros, que anulaban las realidades mucho más complejas del pasado medieval, lo que produjo estos paralelismos”. No solo en España la historia ha sido derrotada por la leyenda.

El Cid. Vida y leyenda de un mercenario medieval

Nora Berend
Traducción de Beatriz Ruiz Jara
Crítica, 2025
320 páginas. 23,90 euros.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.
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