Mar Benegas, poeta: “Encapsulamos a la infancia, la dejamos en un mundo en miniatura, como si lo que vivieran los niños nos fuera ajeno”
La reconocida escritora de literatura infantil acaba de publicar ‘Cuando fuimos tortugas’, un libro en formato diario en el que explora el tema de la adopción y la importancia del origen a través de la voz de un niño


La literatura abre puertas que, a veces, ni siquiera sabíamos que estaban cerradas. Leer no siempre necesita un propósito: puede ser puro disfrute, pero también puede significarlo todo. Leer es reconocerse en otros, hacerse nuevas preguntas, descubrir emociones que aún no tenían nombre. Leer es, también, una forma de aprender a mirar más allá. Mar Benegas (49 años, Valencia), poeta, escritora y formadora especializada en poesía infantil y animación a la lectura, lleva décadas invitando a los lectores más jóvenes a traspasar esas puertas.
La última es Cuando fuimos tortugas (Nube de tinta), un libro en formato de diario con el que la autora explora la adopción y la importancia del origen. La idea surgió durante una conversación telefónica con una amiga. Su hijo, de siete años, estaba viendo un documental sobre animales marinos y dijo algo que la impactó: “Antes era una tortuga y me pudisteis adoptar”. Esa frase fue la semilla del proceso de escritura. “Quería acercarme a la infancia no desde una mirada idealizada, sino reconociéndola como una etapa en la que también hay sufrimiento”, explica Benegas, quien considera que, como cualquier otra etapa de la vida, la infancia puede contener espacios de refugio —algunas más que otras—, pero también zonas oscuras, incluso aterradoras.
Autora de más de 50 libros, incluyendo poesía, narrativa y ensayos, su obra ha sido traducida a varios idiomas y ha recibido numerosos reconocimientos internacionales, entre ellos el Premio Cervantes Chico 2022 por su destacada trayectoria en la literatura infantil y juvenil. Sus relatos son tan honestos como lo es su voz en esta entrevista.
PREGUNTA. Cuando fuimos tortugas hace visibles temas complejos: la adopción, los miedos, la soledad, la relación entre hermanos, el acoso escolar… Pero le da un enfoque filosófico e inteligente, aunque esté narrado con aparente sencillez.
RESPUESTA. Por desgracia, tendemos a encapsular a la infancia, queremos dejar esa fase de la vida en un mundo en miniatura, como si todo lo que vivieran fuera distinto a nosotros. Algo ajeno, lejano. Pero, en realidad, si te paras a charlar con los niños y niñas, las cosas que les preocupan son las mismas. Sufren, se relacionan, crean afectos y desafectos, tienen sus miedos, ansiedades y alegrías. Y, como me han dicho más de una vez, les gusta hablar de las cosas importantes de la vida.
P. La metáfora de la tortuga le ha servido para hablar sobre un tema crucial.
R. La metáfora de la tortuga, usada en el libro, simboliza el abandono y la soledad, y surge de manera espontánea al explorar emociones profundas como el sufrimiento. Imágenes poderosas como el caparazón, el veneno o la “tripita del alma” reflejan muy bien la angustia que vive Mario en su proceso, que, a pesar de esas dificultades, encuentra el salvavidas en su familia, la escritura y otras pequeñas ayudas que lo protegen.
P. ¿Qué peso ha tenido su “yo” poeta en la forma de narrar esta historia?
R. Ha tenido dos caras, una a favor y otra en contra. Mi “yo” poeta está muy presente, sobre todo en esa idea de que la reparación del sufrimiento solo puede darse a través del símbolo, de la metáfora. Eso, para mí, es la poesía en su forma más pura. Cuando el dolor o el trauma es tan grande que nos bloquea, el lenguaje simbólico es lo único que puede deshacer ese nudo. Nombrar lo que pasa, escribir, dibujar, inventar un conjuro… como en esa frase: “Antes de ser niños fuimos tortugas”. Es un ejemplo claro de cómo lo poético está en el centro de lo que somos. Y en contra de mi “yo” poeta, todo lo demás. Quería que las metáforas brillaran solas, sin adornos. Que lo poético emergiera desde la realidad más descarnada. Una lectora cero me dijo que la sensación de violación al robar el diario era muy potente, y eso era justo lo que buscaba: mostrar la infancia tal como es, sin protección, expuesta, sin recursos. Que se viera sin filtros, sin discursos, sin cobijo. Eso fue muy difícil para mí, porque mi tendencia natural es escribir desde lo poético.
P. ¿Cree que es importante en esta historia que el formato sea el del diario?
R. Sí, es fundamental. Un diario es una voz que grita al mundo desde dentro. Es un refugio que va descubriendo según avanza la historia, primero le molesta, lo hace por cariño a Sonia, pero poco a poco va convirtiéndose en algo importante que le ayuda cuando todo lo demás desaparece. Y ese diálogo es consigo mismo. Escribir es un lugar seguro dentro de nosotros, pero también puede ser un camino para encontrar nuestro lugar en el mundo, afuera. Poner palabras, siempre, porque lo que no se nombra no existe o, si lo hace, es una sombra, una sombra que puede ser tan oscura como el fondo del mar.
P. También tiene mucho peso que la voz narrativa sea la del propio niño.
R. Fue un eje desde el principio: ser lo más fiel a la voz infantil. El diario y la primera persona era la manera, para mí, de no alejarme de esa voz que quería que fuese verosímil. Cualquier otra aproximación le hubiera restado potencia a todo lo demás: la narración en tercera persona me hubiera impedido llegar a ese lugar, en el que intentaba, sobre todo, eliminar el velo de mi mirada adulta.
P. ¿Cómo fue el proceso de darle voz a Mario?
R. Fue un reto darle voz a Mario y hacerlo en primera persona. La voz infantil siempre otorga más potencia al relato, pero para mí era muy importante no caer en el reduccionismo, en la falta de seriedad. Todo mi esfuerzo fue buscar ese equilibrio entre la vida, la mente y la posible mirada de un niño de nueve o diez años, que fuera creíble y, a la vez, no caer en un montón de clichés. Porque la literatura infantil no es infantil porque esté llena de diminutivos o cursilerías, o porque no presente complejidad ni profundidad ninguna, ni tenga tono, ni vibración, ni polisemia. Es más, ¿cuántos significantes pueden extraerse de la metáfora de las tortugas?
P. ¿Cómo ve el papel de la escritura como herramienta terapéutica, especialmente en la infancia?
P. Qué importante es esta pregunta, y qué bien que se haya visto tan claramente. Tenía dudas de si sería lo suficientemente evidente. Para mí era fundamental mostrar ese diálogo con el mundo: el íntimo, a través del diario, y el externo, con las tortugas y el dibujo. No solo hay cosas terribles, también hay un deseo profundo de vivir, de entender. Ese impulso está en las ganas de seguir aprendiendo y de abrir el corazón a los vínculos que construyen algo hermoso: Sonia, la familia, el tío, el profesor de Dibujo… Esa es la fuerza que equilibra todo lo demás. Todos tenemos luz y oscuridad, amor y dolor. Al final, se trata de encontrar una forma de dialogar con el mundo y con lo que somos. Mario lo hace a través del dibujo y de su amor por las tortugas, que simbolizan tanto la adopción como la vida misma: salvaje, hermosa y necesitada de cuidado. Y encuentra también en la escritura su forma de empezar ese diálogo.
P. ¿Cree que su libro tiene el poder de ofrecer ese refugio a los niños que atraviesan situaciones de sufrimiento?
R. A mí, escribir, me ha salvado la vida. Esa es mi tortuga en mitad del océano. Ojalá algún niño, alguna niña, puedan encontrar esa posibilidad también a través de las palabras de Mario.
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